Charlotte Gainsbourg @ Le RazzMatazz, Barcelone, 16 Mai, 2012

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Reviews

El discreto encanto de Charlotte Gainsbourg, de Albert Llado, La Vanguardia, 17/05/2012

La actriz y cantante actúa por primera vez en Barcelona en un concierto en el que se muestra rígida e incómoda en el escenario

Cómo negar el talento indiscutible de Charlotte Gainsbourg. A una espléndida carrera como actriz – impresionante su papel en Melancholia de Lars von Trier – ha ido sumando maravillosos discos como IRM. Este miércoles actuaba en Barcelona, por primera vez, para presentar en la sala Razzmatazz su último álbum, Stage whisper.

El público, abarrotado de franceses, esperaba ansioso. Pero la cosa no comenzaba bien cuando, poco antes de comenzar, se veía llegar a Gainsbourg con su grupo, cargados de maletas, haciéndose espacio entre la gente (¿no hay acceso directo al camerino?). Así, lo que tiene de ritual un concierto de estas características, la magia que se produce cuando se encienden las luces y aparece la artista, se rompía antes de empezar.

Antes de llegar a Barcelona, desde Nantes, la cantante hablaba para este diario con Esteban Linés, y aseguraba que “mi padre fue un gran dominador del show, yo carezco de su talento interpretativo”. No debe ser fácil llevar su apellido, pero lo que parecía la típica afirmación de falsa modestia, poco a poco se vislumbraba como una realidad hiriente.
Charlotte Gainsbourg, vestida de blanco y con esa belleza como despreocupada que le caracteriza, se sentó en una silla para no levantarse en todo el recital. Tan sólo se movió para acompañar, con los platillos, a Connan Mockasin. Ella parecía el coro. En el último tema, cuando por fin se puso de pie, tampoco se desprendió de su incomprensible rigidez.

Se veía a la magnífica actriz, a la cantante de dulce y delicada voz, incómoda, sin seguridad. Para ocultarlo, para ocultarse, utilizaba todo tipo de instrumentos, un xilofón o una suerte de maraca en forma de refugio, de excusa.

La fuerza que Charlotte Gainsbourg ha demostrado en sus filmes y canciones radica en su autenticidad, en ese encanto que desprende desde una naturalidad que parece que fluya sin forzarla. Sin artificios. No es lo que se pudo ver en Razzmatazz, donde el espacio del escenario se le hacía grande, inabordable desde su escondite. Tal vez la misma propuesta, con una estética más intimista, con menos luz y más complicidad, hubiese funcionado mejor.

De todos modos, el público no quería renunciar y animaba a Gainsbourg. Después de una hora escasa de concierto, en la que se dirigió en muy pocas ocasiones a los asistentes, acabó de forma abrupta. Le pedían, al menos, un bis. Un último saludo. Pero fue el técnico quien, con las luces ya encendidas, tuvo que salir para decir que aquello se había terminado. Hay que ser más generoso cuando se han pagado 27 euros de entrada para irte a ver.

El cronista que les escribe, entre decepcionado y sorprendido, se marchó a casa con urgencia. Una vez allí, ya relajado y con una copa de vino, abrió el Spotify y buscó a Charlotte Gainsbourg, a su Charlotte Gainsbourg. Esta vez, sí, disfrutó como una bestia.
Estas cosas pasan.